Por Oscar Chamat. El primer televisor del que logro acordarme es uno en blanco y negro que siempre estuvo en la habitación de mis padres. Tenía dos perillas, una para cambiar de canales y el otro para ajustar el "mítico" UHF, mítico pues nunca pude entender para que servía, sin embargo siempre lo movía por si acaso ocurría algo. El siguiente fue un Zenith mucho más moderno: sus imágenes eran en colores y cuando uno lo apagaba no quedaba un punto blanco y brillante en el centro de la pantalla como ocurría con el anterior. Después de este casi indestructible televisor, vinieron los modernos con control remoto y más canales para ver: la discusión ya no era quien se paraba a cambiar de canal, sino quien tenía en sus manos el control remoto. Sin embargo, a pesar de los cambios de casa el televisor nunca logró salir a las "áreas comunes": la sala o el comedor. Aún hoy, cuando vuelvo a casa, sigue estando en la "habitación del televisor", que, como si fuera un habitante más, había logrado tener su propia habitación, pero sin ser digno de salir de allá.
Recuerdo todo esto sencillamente para explicar la sorpresa que me llevé cuando llegué a España y me encontré con que el televisor, ese miembro de mi familia que siempre estuvo condenado a estar escondido de los invitados, aquí es un invitado a la mesa. Esto lo fui descubriendo en las invitaciones a comer que recibía, donde el televisor siempre estaba encendido mientras comíamos. No importaba si alguien lo veía o no, estaba ahí, diciendo y mostrando cualquier cosa y eso era suficiente. En alguna ocasión cuando pregunté que sitio me correspondía sentarme, la respuesta fue sencilla: "ahí, al lado del televisor". Si, el televisor tenía su espacio en la mesa: en la esquina de la mesa que coincidía con el "mueble del televisor" había un sitio que no podía ser ocupado, era el sitio del televisor. Para mí, al principio fue una alegría, pues cuando yo era niño comer frente al televisor era el mayor premio al que podía aspirar. Así que ahora, después de toda una vida comiendo todos los días frente a las mismas personas, podía, por fin, satisfacer ese gusto. Pero a pesar de esta momentánea alegría, todo puede cambiar...
El concepto de lo bueno y lo malo es tan solo cuestión de costumbres. Para mis padres y abuelos era malo ver televisión mientras se comía: "si come así, no le aprovecha", me dijeron muchas veces. Sin embargo, aquí, una de las cunas de la saludable dieta mediterránea, el televisor es un invitado más. Algo no me cuadraba en todo esto: al final que les tengo que enseñar a mis hijos, ¿el televisor en la mesa es bueno o malo? Me imagino que con el paso del tiempo, y la invasión consentida (y algunas veces necesaria) de todos esos aparatos electrónicos sin los cuales no podemos entender como vivíamos hace tan solo 10 años, ese dilema tiene cada vez menos sentido, pues la mesa del comedor cada vez es menos el lugar de encuentro cotidiano: horarios incompatibles, pereza de encontrarnos con las mismas personas cuando en el chat tenemos tantos desconocidos por conocer... La mesa del comedor cada vez se está quedando más grande, silenciosa y vacía.
Toda esta reflexión tiene su origen en un programa de televisión que ya lleva al menos un mes y medio emitiéndose diariamente en España en horario de máxima audiencia (a la hora de la cena) y a partir del cual creo que me voy a decantar por lo que me decían mis padres: "comer frente al televisor no es bueno". Escenas de Matrimonio, es un programa cuya trama gira en torno a "tres parejas de clase media, de distintas generaciones y residentes en barrios diferentes de la misma ciudad". Según entiendo pretende ser un programa de humor donde los sketches se inspiran en la forma de relacionarse las parejas, algo que en principio puede dar mucho juego y jugo, pero claro, todo depende de como se enfocan los temas. Yo la verdad tan solo hasta hace una semana tuve el valor estomacal de ver un sketch completo y quedé sorprendido por la pobreza del vocabulario utilizado y los constantes gritos entre sus protagonistas. Más que un programa de humor (al menos las risas pregrabadas pretenden que lo sean), parece un manual sobre como maltratar a tu pareja mientras los demás se ríen. Como preparativo de esta vergüenza televisiva, justo antes está el noticiero donde anuncian, al menos una vez a la semana, y con rostros estudiadamente compungidos, la muerte u hospitalización de una mujer debido a las golpizas de su compañero. La noticia la cierran con la típica y vacía declaración de intenciones: "tenemos que parar esta tragedia". Creo que a los responsables de hacer los programas se les olvida que cada vez no solo somos lo que comemos, como se decía antaño, sino también somos lo que vemos; ¿o precisamente no se les olvida y por eso lo hacen?
Cuando veo esos programas, cada vez me convenzo más que mis padres tienen razón: comer frente a la televisión puede producir indigestión.
***
Para los que quieran ver algunas de estas vergüenzas en youtube hay colgados varias de estas "perlas".
Siga leyendo >>>