“Que viva el amor”

. lunes, 16 de marzo de 2009

Por Mirna Isabel Rivera y Victoria Lobo. Cuando se está ante un público acostumbrado a la acción, a realizar actividades tangibles y vivir con las consecuencias de las decisiones de otra gente, sin tener plena conciencia de ello, como es el caso de muchas empresas micro, pequeñas y medianas que luchan todos los días por sobrevivir ante un mundo cambiante y con las reglas del juego no muy claras, es muy fácil caer en la trampa de creer que para ellas es más difícil entender la parte holística de la responsabilidad social corporativa.

Hace unos meses tuve la experiencia de estar ante un grupo de personas emprendedoras y aunque tengo la conciencia de que cada público es diferente y está claro que con un curso introductorio no es fácil resumir lo que significa ser socialmente responsable, apareció la incertidumbre de saber si realmente quienes lo impartíamos nos estábamos dando a entender.

Para asegurar que los objetivos se cumplieron al concluir la jornada se le preguntó a la asistencia qué le había parecido la actividad y que si podía brindar su opinión -la costumbre no es buena amiga- porque a veces esperamos escuchar las mismas respuestas como “me gustó”, “felicidades”, “hagan más actividades como estas” o simplemente un “gracias” lleno de mucho sentimiento. Pero cuando de repente un asistente que fue poco participativo durante la jornada dice con sus propias palabras el significado de la responsabilidad social corporativa, y pone en evidencia su cosmovisión de la vida y resume la actividad diciendo “que viva el amor” sientes como que cada persona que estuvo ahí abrió no solo su mente, sino su alma, es como abrir una puerta que sabes existe, pero acostumbras a usar sólo en los lugares y momentos especiales.

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