
Esta situación puede plantearse teóricamente simple y con un final feliz: la gente que se dedica a la minería informal dejaría de ejercer su actividad a la que se han dedicado toda su vida, participaría en talleres de creatividad y emprendimiento de nuevos negocios, se asociarían, presentarían su propuesta de un nuevo negocio, se les facilitaría un crédito con bajo interés y las personas que antes ejercían una actividad ilegal se convertía de repente en una nueva empresa que aportaría desarrollo, empleo y por ende contribuirían así al crecimiento de la economía local.
Si alguien esta cerca de la situación puede ver de que un cambio cultural no es fácil, que la inversión de un grupo de mineros informales puede representar un esfuerzo de años, que la vocación en la que se habían imaginado toda la vida, queda de repente en conflicto con las nuevas políticas, con la protección del medio ambiente y con el bienestar general que según las normatividad y el el sentido común prima sobre el particular. ¿Qué hacer? ¿De quién es la responsabilidad social en esta situación?
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